El sol de Kentucky sobre los algodonales calienta mi alma
negra y blanca a la vez marginada en
partes iguales. Veo una carretera solitaria frente a mis ojos cegados por el
brillo de los campos de tabaco y adormecidos por la paz del sur. Súbitamente el
aire se inunda de un punteo nacido de un bajo “Bluegrass” provocando que mi
hamaca del porche comience a mecerse mientras nuestros problemas existenciales
intentan frenarla. Mi mono azul manchado de tierra se levanta rompiendo los
nudos que intentan apretar las noticias de la televisión. Mi fiel sabueso
“Bloodhound” alza su cabeza y clava la mirada en el horizonte. Unos
desconocidos marcados a fuego por el destino me regalan una voz desnuda como un
lamento y a también un grito de coraje frente a la adversidad. Puro “country”
en la garganta. Un brazo amigo. Solo un banjo y cuerdas vocales, no hace falta
nada más. Una polvareda se acerca por el camino, es la esencia del “Folk” y su
mensaje. Años de recortes y crisis, almas sangrantes en busca de justicia
frente a truhanes empedernidos que todos conocemos, se asustan al ver llegar a
los exploradores de la felicidad para darnos fuerzas en nuestro camino. La
punta del zapato acompaña al ritmo, el polvo se dispersa y veo la luz. Alguien
canta “I'M A MAN OF CONSTANT SORROW”. Briznas de heno entre estrofas de esperanza
camino del “Godspell”. Entre mis labios una espiga de trigo. Comienzo a
sonreír. Llevadme allí.
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