Añoro a mi tonto oficial. En
mi barrio siempre hubo un tonto. Le decíamos tonto en plan cariñoso, todos le
conocíamos y algunos nos parábamos a verlo venir esperando su reacción y
charlar con él. Aguantábamos su monótono tema de conversación, pero sabíamos
que disfrutaba con eso. En el agujero negro de su mente siempre se creyó que
era conductor de autobús de línea pública, le compraron ropa parecida a la de
los chóferes y una bolsa negra donde llevaba su almuerzo preparado con cariño
por su madre. Tenía más de 30 años. Nos decía siempre lo mal que estaba el
tráfico, los sueldos, los jefes, el compañerismo en su trabajo y la injusticia.
Daba gusto verlo cantarle las cuarenta a más de uno, cuando nadie de nosotros
se atrevía, fruto de su libertad de mente( por separado de-mente. ) Él, desde su ficticio mundo, nos
devolvía a la realidad que vivimos. Cada vez que lo oía dudaba, porque no sabía si era realmente tonto....Lo invitaban a los cumpleaños, a las bodas,
comuniones y también se le echaba de los partidos de fútbol del barrio porque no
pasaba nunca la pelota.
A lo largo de los años conocí
a varios, uno cantaba opera, a su manera y también a la suya ganaba premios internacionales uno tras otro
hasta encorvarle la espalda por el peso
de las medallas de dudoso oro. Otros fueron valerosos soldados uniformados día y noche, curtidos policías
que conocían todos los entramados ocultos de los vecinos y vecinas. Siempre
estaba allí y sabía que acababa de suceder por suerte para unos y desgracia
para otros y otras. Fueron desapareciendo de mi barrio, de los pueblos...dicen
que se los llevaron a residencias donde nadie los escuchan, donde no hay
servicio de autobuses, festivales de opera y tramas que descubrir. Se han
extinguido de la vida pública. Nos pedían tabaco, dinero o simplemente una
sonrisa y jugar el sábado de delantero. Ahora no obstante todo esta lleno de otro tipo de tontos, de
mamarrachos y sopla gaitas en la calle, en la política, en el trabajo y que
además no saben conducir autobuses, cantar ópera, descubrir un misterioso
caso, enfrentarse a las injusticias sociales y ni muchísimo menos manejar la pelota con tanto estilo en centro del campo, aunque no la pasara y por supuesto las
infidelidades ya no tenían un delator. La clave que debemos descifrar nosotros
es muy sencilla, quitarnos la costra que a lo largo de nuestra vida que se nos
va pegando en nuestra piel y sentirnos tan iguales como cualquier otro, ni menos ni más. Si nos doblegamos, a
todo y todos, llegará un día en que lamentaremos de no haber tenido nunca un momento
en el que nos sintiéramos orgullosos de nosotros mismos. No intentemos
convertirnos en el verdadero tonto del barrio porque para eso, no sirve cualquiera.
Hola Ramón.Está muy bien y me ha llevado a recordar algunos que poblaban las calles de mi ciudad. Eran inofensivos y tenian un mundo propio que les consumia por dentro. Lo mas triste sin embargo, y en eso discrepo algo contigo, es que los verdaderos imbeciles de la sociedad, que siempre han existido en una proporcion similar a la de hoy, los utilizaban para hacerse los graciosos exhibiendo esa crueldad tan tipica de los miserables con los mas debiles.
ResponderEliminar