Cuando sonreía arqueando un solo
lado de su cara, su fino bigote recortado con escuadra y cartabón, se estiraba
dejando a la vista unos blancos dientes y marcando una sonrisa picarona, un
tanto borde y de innegable gancho para todos, especialmente para las mujeres.
Por si eso no fuera bastante, al poco de marcar el gesto soltaba un ¿Ok young?
digno de película, que tenía más arte que un amanecer de Sorolla. Juan Mendoza,
que así se llamaba el dueño de todo eso, apareció un mañana, no se sabe bien
como ni por qué. Se dejaba caer por allí y por acá con su abundante cabello
negro, bien peinado hacia atrás y afeitado a navaja. Tenía las manos fuertes y
sus dedos siempre sujetaban un cigarrillo rubio americano encendido con un
mechero Zippo. De sus finos labios brotaba un labia entrenada a lo largo de
años en conversaciones que la mayoría de los mortales no solemos tener.
Era poseedor de un quinto sentido, o sexto quién sabe, para deducir a simple vista la persona que le interesaba o no. Presto a sacar tajada de inmediato no dudaba en donde aplicar el corte oportuno si de por medio había, mujeres, bebida, buena mesa o dinero fácil. Juan tenía buena planta, gancho, mujeriego, hablaba rápido y te convencía de casi todo. No era de fiar.
Era poseedor de un quinto sentido, o sexto quién sabe, para deducir a simple vista la persona que le interesaba o no. Presto a sacar tajada de inmediato no dudaba en donde aplicar el corte oportuno si de por medio había, mujeres, bebida, buena mesa o dinero fácil. Juan tenía buena planta, gancho, mujeriego, hablaba rápido y te convencía de casi todo. No era de fiar.
No tenía oficio conocido pero por descubrir unos cuantos. Daba igual
sabía de todo un poco y casi siempre acababa sus frases con su famoso, ¿Ok
young? como preguntado o más bien obligando a que le ratificaras lo que acababa
de decir. Mejicano de nacimiento de madre mestiza y padre alcohólico se crió en
la frontera con USA entre Ciudad Juárez y El Paso.
- ¡Si
amigos, un ratito aquí y otro allá!. Decía estirando su fino bigote.
Pasó su infancia acompañando a su padre de un lado a otro de la
frontera, ya que según decía él, fue
comerciante aunque todos sospechábamos que era más bien contrabandista. Cuando
lo conocimos tendría más de cincuenta años pero se conservaba bien, con unos
ojos azules como el cielo de México y alguna curvita que otra debajo del
cinturón. Después de una buena comida siempre decía;
- Voy al
gimnasio pero como es barato, no adelgazo. Con su acento entre mejicano e inglés
y soltando a continuación una sonora carcajada.
La primera vez que lo vimos fue en una
fiesta organiza por la esposa de un acaudalado hombre de negocios, Luís Yañez,
Luisito para sus conocidos. La fiesta se daba
en los jardines de un bonito chalet de la sierra de Madrid en el que
hasta las papeleras eran de diseño. Cuando lo vi llegar vestía al más puro
estilo mejicano, traje de gala negro, camisa blanca de cuello volteado,
pantalón negro de paño con discreta botonadura en plata, corbata, ceñidor y
unas botas Larry Mahas de media caña en ante negro. Parecía sacado una película
de Hollywood. Con su mano sujetaba un fino sombrero de fieltro negro con
galones en plata.
Solo le bastó el tiempo de tomarse un Martíni para ser el centro de
atención de la fiesta. Según nos dijo, era viudo de una rica mujer de El Paso.
Ambos tuvieron un restaurante fronterizo muy frecuentado por los viajantes de
ambos lados que cruzaban por allí. En aquel lugar aprendió el arte en los fogones pero solo para ser el centro de
atención en las fiestas a la que acudía porque nunca trabajó en la cocina. Pasaron
los años y el negocio de su mujer prosperó hasta ser un referente en la zona.
No tuvieron hijos, por lo menos Juan con su mujer porque con otra quién sabe. Por
todos era conocido por sus juergas y correrías. Su mujer falleció atropellada
una noche calurosa de verano por camionero borracho que acabada de cenar en el
restaurante, cuando ella intentaba cruzar la carretera en busca de su marido
que hacía dos días que no aparecía por casa. Con su pérdida no tuvo fuerzas de
continuar el negocio, eso fue lo que dijo después de venderlo todo y cobrar la
indemnización por el atropello. Por lo visto y por avatares del destino, acabo
viniendo aquí a la busca y captura de otro corazón necesitado de amor y con el
bolsillo repleto. Las mujeres al comenzar a hablar con él se sentían un tanto
retraídas, a la defensiva, porque a la vez que enamoraba daba también un poco
de miedo. El miedo que dan los chulos. Mari Paz, nuestra anfitriona, era una cuarentona
de buen ver, chica de barrio pobre que tuvo la suerte de casarse con un chico
feúcho pero heredero de una gran fortuna al que nubló la vista, no dejándole
ver el sol hasta salir de la iglesia el día de su boda.
Mari Paz al poco de conocerlo se colgó de su brazo y no lo soltó en
toda la noche.
Lo presentaba a todos como la que enseña un sofá nuevo, pero sin
dejarlo probar a nadie. Al cabo de unos meses de conocernos volvimos a
coincidir de nuevo, esta vez en la finca de Luisito en Toledo, en un frió mes
de Diciembre donde celebraba su cumpleaños. Juan, se comprometió a cocinarnos y
apareció a media mañana con su Playmuoth del 72 descapotable color crema,
tocado con un sombrero tejano y haciendo sonar el claxon desde lejos en medio
de una polvareda producida por los doce cilindros del coche. Alrededor del
hogar de leña, nos preparó una mesa en donde nos sorprendió con una ensalada
Malupana con papas, cebolla y orégano. De segundo nos cocinó un cortadillo al
Chipotle de jamón al horno con chile chipotle, pulpa de res, patatas y
jalapeños que nos convirtió en dragones. Para acabar el festín, nos ofreció
unos Chilaquies de pollo con tortitas de maíz plato estrella del restaurante de
su difunta y santa esposa. El menú nos dejo medio anestesiados de sabores y la
otra mitad faltante lo consiguió con el cóctel un atardecer Tequilero. Coctel solo apto para revolucionarios.
A la hora de los regalos Juan obsequió a Luís con una pequeña pistola, un Colt
del calibre 25, una pequeña joya que según dijo había pertenecido a su madre.
El marido de Mari Paz se la guardó y le dio las gracias. Recuerdo vagamente el
resto de la velada debido al atardecer tequilero. Me sentía transportado a una
fiesta en honor a una batalla ganada por el ejercito revolucionario, estaban todos;
el general; los seguidores y el prisionero aunque éste se fue en su Jaguar
porque tenía una reunión con sus abogados o porque no quería ver a su esposa
como se entregaba a la causa en brazos del general.
A la mañana siguiente me marché de allí y no volví a saber nada de
ellos hasta que me contaron que pasó una noche del verano siguiente. Juan y
Mari Paz ya no ocultaban su idilio y aquella noche llegaron a un famoso
restaurante. Según los rumores, ella se quería separar de su marido pero Juan
se lo prohibía evidentemente. Sentados en un rincón del bonito local se
dedicaban a disfrutar de una fuente de marisco y una botella de Chablis con
cargo a la tarjeta de Luís Yañez. El ambiente era sosegado e idílico hasta que
la puerta del establecimiento se abrió lentamente y lo que quedaba de un
pequeño hombre desesperado y humillado ante todos, entró. Observó las mesas
buscándolos. El camarero de la entrada se acercó para atenderlo pero Luís lo
apartó con el brazo. Después de unos segundos escudriñando a su alrededor los vio,
estuvo inmóvil unos instantes y poco a poco empezó a caminar hacia ellos. Al
llegar frente la mesa donde se encontraban. Estaban dándose el uno al otro
trocitos de langosta en la boca. Cuando lo vieron se hizo un silencio
sepulcral. Luís miró a Mari Paz y soltó una lagrima que bajó por su mejilla
hasta quedar colgando de la barbilla temblorosa.
En ese mismo instante Juan, estupefacto
al verlo y con un trozo de langosta aún en la boca, empezó a toser como un
poseso mientras las venas del cuello se le iban hinchado. Tosía cada vez más
fuerte mientras empezaba a ponerse morado debido al trozo de langosta a la
americana que tenia atravesado en la garganta.
Extendía una mano pidiendo ayuda mientras con la otra se sujetaba el
cuello. En camarero se acercó para
ayudarlo justo en el momento en que Luís sacaba de su bolsillo el Colt del 25
frenando la intención del hombre. Juan en el suelo pataleaba y derribaba sillas
emitiendo sonidos guturales y así estuvo exactamente tres minutos hasta que dejó
de moverse y los ojos se le dieron la vuelta quedándoseles en blanco, haciendo
contraste con el color morado oscuro de su cara. Sobre su pecho tenia un trozo
de la langosta asesina.
Mari Paz aterrorizada levantó la vista y volvió a mirar a su esposo.
-
¡Por favor
Luisito, no lo hagas, no me mates, yo te quiero, no se que me ha pasado, me he
vuelto loca ¡ Dijo llorando y gritando
a la vez.
Su marido levantó el brazo que sostenía el
arma lentamente y apunto a Mari Paz. Tan solo había trascurrido seis minutos
desde que entró en el local pero ya se oían sonidos de sirenas a lo lejos. Luís
miró hacia la ventana pero no veía a ningún coche todavía. Volvió a mirar a su
todavía esposa mientras ella se apretaba contra el respaldo de la silla como
intentando alejarse de aquella pequeña máquina asesina que la apuntaba desde la
oscuridad del cañón.
-
¡Nunca me has
querido zorra yo en cambio siempre lo he hecho!
A continuación puso el cañón de la pistola
en su barbilla, justo donde le colgaba la lagrima, y apretó el gatillo.
El pequeño proyectil le entró por la boca y
le salió por la parte superior de su cabeza incrustándose en la escayola del
techo. El impacto lo levantó por aire unos diez centímetros arrojándolo de
espaldas sobre el carrito de quesos. Quedó bocarriba con los brazos en cruz
sosteniendo en una mano el Colt humeante y en la otra un trozo de Mascarpone,
como si estuviera sopesándolos.
Como no hay mal que por bien no venga, unos
meses más tarde volví a ver a Mari Paz conduciendo el coche del difunto Juan
Mendoza con un pañuelo al cuello y unas grandes gafas oscuras. Estaba bella y
bien acompañada de un joven apuesto. Yo esperaba de pie para cruzar en un
semáforo y ella al verme me gritó;
- ¡Llámame
tenemos que vernos! ¿Ok young? .
Mientras me sonreía y alzaba su brazo saludándome,
se alejó.
Fin.
Ramón Pérez Aguilar.
Relato premiado en el concurso de relatos "La belleza del cuerpo".
Que bueno eres !!! estoy orgullosa !!
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