martes, 11 de marzo de 2014

¿OK YOUNG?



                                                 

Cuando sonreía  arqueando un solo lado de su cara, su fino bigote recortado con escuadra y cartabón, se estiraba dejando a la vista unos blancos dientes y marcando una sonrisa picarona, un tanto borde y de innegable gancho para todos, especialmente para las mujeres. Por si eso no fuera bastante, al poco de marcar el gesto soltaba un ¿Ok young? digno de película, que tenía más arte que un amanecer de Sorolla. Juan Mendoza, que así se llamaba el dueño de todo eso, apareció un mañana, no se sabe bien como ni por qué. Se dejaba caer por allí y por acá con su abundante cabello negro, bien peinado hacia atrás y afeitado a navaja. Tenía las manos fuertes y sus dedos siempre sujetaban un cigarrillo rubio americano encendido con un mechero Zippo. De sus finos labios brotaba un labia entrenada a lo largo de años en conversaciones que la mayoría de los mortales no solemos tener. 


Era poseedor de un quinto sentido, o sexto quién sabe, para deducir a simple vista la persona que le interesaba o no. Presto a sacar tajada de inmediato no dudaba en donde aplicar el corte oportuno si de por medio había, mujeres, bebida, buena mesa o dinero fácil. Juan tenía buena planta, gancho, mujeriego, hablaba rápido y te convencía de casi todo. No era de fiar.
No tenía oficio conocido pero por descubrir unos cuantos. Daba igual sabía de todo un poco y casi siempre acababa sus frases con su famoso, ¿Ok young? como preguntado o más bien obligando a que le ratificaras lo que acababa de decir. Mejicano de nacimiento de madre mestiza y padre alcohólico se crió en la frontera con USA entre Ciudad Juárez y El Paso.
   -  ¡Si amigos, un ratito aquí y otro allá!. Decía estirando su fino bigote.
Pasó su infancia acompañando a su padre de un lado a otro de la frontera,  ya que según decía él, fue comerciante aunque todos sospechábamos que era más bien contrabandista. Cuando lo conocimos tendría más de cincuenta años pero se conservaba bien, con unos ojos azules como el cielo de México y alguna curvita que otra debajo del cinturón. Después de una buena comida siempre decía;
  - Voy al gimnasio pero como es barato, no adelgazo. Con su acento entre mejicano e inglés y soltando a continuación una sonora carcajada.
La primera vez que lo vimos fue en una fiesta organiza por la esposa de un acaudalado hombre de negocios, Luís Yañez, Luisito para sus conocidos. La fiesta se daba  en los jardines de un bonito chalet de la sierra de Madrid en el que hasta las papeleras eran de diseño. Cuando lo vi llegar vestía al más puro estilo mejicano, traje de gala negro, camisa blanca de cuello volteado, pantalón negro de paño con discreta botonadura en plata, corbata, ceñidor y unas botas Larry Mahas de media caña en ante negro. Parecía sacado una película de Hollywood. Con su mano sujetaba un fino sombrero de fieltro negro con galones en plata.
  Solo le bastó el tiempo de tomarse un Martíni para ser el centro de atención de la fiesta. Según nos dijo, era viudo de una rica mujer de El Paso. Ambos tuvieron un restaurante fronterizo muy frecuentado por los viajantes de ambos lados que cruzaban por allí. En aquel lugar aprendió el arte en  los fogones pero solo para ser el centro de atención en las fiestas a la que acudía porque nunca trabajó en la cocina. Pasaron los años y el negocio de su mujer prosperó hasta ser un referente en la zona. No tuvieron hijos, por lo menos Juan con su mujer porque con otra quién sabe. Por todos era conocido por sus juergas y correrías. Su mujer falleció atropellada una noche calurosa de verano por camionero borracho que acabada de cenar en el restaurante, cuando ella intentaba cruzar la carretera en busca de su marido que hacía dos días que no aparecía por casa. Con su pérdida no tuvo fuerzas de continuar el negocio, eso fue lo que dijo después de venderlo todo y cobrar la indemnización por el atropello. Por lo visto y por avatares del destino, acabo viniendo aquí a la busca y captura de otro corazón necesitado de amor y con el bolsillo repleto. Las mujeres al comenzar a hablar con él se sentían un tanto retraídas, a la defensiva, porque a la vez que enamoraba daba también un poco de miedo. El miedo que dan los chulos. Mari Paz, nuestra anfitriona, era una cuarentona de buen ver, chica de barrio pobre que tuvo la suerte de casarse con un chico feúcho pero heredero de una gran fortuna al que nubló la vista, no dejándole ver el sol hasta salir de la iglesia el día de su boda.
 Mari Paz al poco de conocerlo se colgó de su brazo y no lo soltó en toda la noche.
Lo presentaba a todos como la que enseña un sofá nuevo, pero sin dejarlo probar a nadie. Al cabo de unos meses de conocernos volvimos a coincidir de nuevo, esta vez en la finca de Luisito en Toledo, en un frió mes de Diciembre donde celebraba su cumpleaños. Juan, se comprometió a cocinarnos y apareció a media mañana con su Playmuoth del 72 descapotable color crema, tocado con un sombrero tejano y haciendo sonar el claxon desde lejos en medio de una polvareda producida por los doce cilindros del coche. Alrededor del hogar de leña, nos preparó una mesa en donde nos sorprendió con una ensalada Malupana con papas, cebolla y orégano. De segundo nos cocinó un cortadillo al Chipotle de jamón al horno con chile chipotle, pulpa de res, patatas y jalapeños que nos convirtió en dragones. Para acabar el festín, nos ofreció unos Chilaquies de pollo con tortitas de maíz plato estrella del restaurante de su difunta y santa esposa. El menú nos dejo medio anestesiados de sabores y la otra mitad faltante lo consiguió con el cóctel  un atardecer Tequilero. Coctel solo apto para revolucionarios. A la hora de los regalos Juan obsequió a Luís con una pequeña pistola, un Colt del calibre 25, una pequeña joya que según dijo había pertenecido a su madre. El marido de Mari Paz se la guardó y le dio las gracias. Recuerdo vagamente el resto de la velada debido al atardecer tequilero. Me sentía transportado a una fiesta en honor a una batalla ganada por el ejercito revolucionario, estaban todos; el general; los seguidores y el prisionero aunque éste se fue en su Jaguar porque tenía una reunión con sus abogados o porque no quería ver a su esposa como se entregaba a la causa en brazos del general.
A la mañana siguiente me marché de allí y no volví a saber nada de ellos hasta que me contaron que pasó una noche del verano siguiente. Juan y Mari Paz ya no ocultaban su idilio y aquella noche llegaron a un famoso restaurante. Según los rumores, ella se quería separar de su marido pero Juan se lo prohibía evidentemente. Sentados en un rincón del bonito local se dedicaban a disfrutar de una fuente de marisco y una botella de Chablis con cargo a la tarjeta de Luís Yañez. El ambiente era sosegado e idílico hasta que la puerta del establecimiento se abrió lentamente y lo que quedaba de un pequeño hombre desesperado y humillado ante todos, entró. Observó las mesas buscándolos. El camarero de la entrada se acercó para atenderlo pero Luís lo apartó con el brazo. Después de unos segundos escudriñando a su alrededor los vio, estuvo inmóvil unos instantes y poco a poco empezó a caminar hacia ellos. Al llegar frente la mesa donde se encontraban. Estaban dándose el uno al otro trocitos de langosta en la boca. Cuando lo vieron se hizo un silencio sepulcral. Luís miró a Mari Paz y soltó una lagrima que bajó por su mejilla hasta quedar colgando de la barbilla temblorosa.
 En ese mismo instante Juan, estupefacto al verlo y con un trozo de langosta aún en la boca, empezó a toser como un poseso mientras las venas del cuello se le iban hinchado. Tosía cada vez más fuerte mientras empezaba a ponerse morado debido al trozo de langosta a la americana que tenia atravesado en la garganta.
 Extendía una mano pidiendo ayuda mientras con la otra se sujetaba el cuello. En  camarero se acercó para ayudarlo justo en el momento en que Luís sacaba de su bolsillo el Colt del 25 frenando la intención del hombre. Juan en el suelo pataleaba y derribaba sillas emitiendo sonidos guturales y así estuvo exactamente tres minutos hasta que dejó de moverse y los ojos se le dieron la vuelta quedándoseles en blanco, haciendo contraste con el color morado oscuro de su cara. Sobre su pecho tenia un trozo de la langosta asesina.
Mari Paz aterrorizada levantó la vista y volvió a mirar a su esposo.
-         ¡Por favor Luisito, no lo hagas, no me mates, yo te quiero, no se que me ha pasado, me he vuelto loca ¡   Dijo llorando y gritando a la vez.
Su marido levantó el brazo que sostenía el arma lentamente y apunto a Mari Paz. Tan solo había trascurrido seis minutos desde que entró en el local pero ya se oían sonidos de sirenas a lo lejos. Luís miró hacia la ventana pero no veía a ningún coche todavía. Volvió a mirar a su todavía esposa mientras ella se apretaba contra el respaldo de la silla como intentando alejarse de aquella pequeña máquina asesina que la apuntaba desde la oscuridad del cañón.
-         ¡Nunca me has querido zorra yo en cambio siempre lo he hecho!
A continuación puso el cañón de la pistola en su barbilla, justo donde le colgaba la lagrima, y apretó el gatillo.
 El pequeño proyectil le entró por la boca y le salió por la parte superior de su cabeza incrustándose en la escayola del techo. El impacto lo levantó por aire unos diez centímetros arrojándolo de espaldas sobre el carrito de quesos. Quedó bocarriba con los brazos en cruz sosteniendo en una mano el Colt humeante y en la otra un trozo de Mascarpone, como si estuviera sopesándolos.
Como no hay mal que por bien no venga, unos meses más tarde volví a ver a Mari Paz conduciendo el coche del difunto Juan Mendoza con un pañuelo al cuello y unas grandes gafas oscuras. Estaba bella y bien acompañada de un joven apuesto. Yo esperaba de pie para cruzar en un semáforo y ella al verme me gritó;
-  ¡Llámame tenemos que vernos! ¿Ok young? .
Mientras me sonreía y alzaba su brazo saludándome, se alejó.                                                              
  
                                                            Fin.

Ramón Pérez Aguilar.


Relato premiado en el concurso de relatos "La belleza del cuerpo".

1 comentario: