La tarde era una tarde más en aquel lugar como tantas otras.
El hastío, la soledad y la indiferencia campaban a lo ancho y alto como
cada día. Allí estaba ella arreglada, bella, perfumada y tan reluciente
como siempre. Espaciosa y luminosa se le veía de fácil trato. Un trato perdido.
Desde hacía un tiempo y cada vez más la
soledad le invadía, la gente la ignoraba y
el protagonismo que desde su nacimiento tuvo ya solo era un mero
recuerdo y toda esa actividad mundana, se limitaba a esporádicas visitas de
trato corto.
Pasamanos, peldaños, losetas de mármol, moquetas, tenues luces de emergencia,
detalles dorados, indicadores de piso, extintores, bonitos cuadros, ceniceros
de pie metálico y bellas lámparas de lágrimas, lloraban el esplendor perdido.
Una época de saludos cordiales, conversaciones relajadas en sus rellanos,
carreras hacia abajo y arriba de niños que correteaban para ver quién llegaba antes a la calle, citas
ocultas a las miradas ajenas de enamorados de lo prohibido, viajantes en busca
de una comisión, parejas otoñales que disfrutaban del viaje pendiente,
temerosos de los apagones, claustrofóbicos empedernidos y demás almas de hotel,trasegaban sus zapatos sobre ella cuando hacerlo era saludable, distraído y
sano. En ella se daban los últimos besos de amor y de deseo, se cerraban
negocios, se definían ideas, se daban los últimos arreglos de cabello ellas y ellos se arreglaban el nudo de la corbata. Era un placer pisar su moqueta azul recién
aspirada mientras se bajaba a la entrada y el rumor de los clientes te despertaba
a la maravillosa sensación de que la vida era exactamente eso,
comodidad, elegancia, amabilidad, lujo, limpieza, orden y siempre alguien
dispuesto a atenderte. Los deliciosos aromas del desayuno y los cordiales
saludos de cualquier persona que te encontraras en tu camino, hacían que el
último peldaño te arrojara de un salto a la vida mientras las manos suavemente acariciaban su pulida
barandilla de cerezo.
Todo iba bien hasta que llego él. Era cuadrado, fuerte, con dos juegos
de puertas, una metálica plegable y otra de madera y cristal, lleno de botones
y luces. Con los años vinieron otros cada vez más extraños, silenciosos,
grandes y sobre todo rápidos. Maldita prisa. La
gente empezó con dudas de si entrar o no
pero con los años todos decidieron subir y bajar en ellos y los niños tocar los
botones y esa maldita sirena. Dentro se oían risas, silencios, voces e inclusos
gemidos. Algunos salían sonriendo, otros serios y a veces sonrojados. En cambio
en ella se podía reflexionar y tenias la
opción de tener un antes y después de cualquier situación, un lugar privado. Las personas se concentraban mentalmente
antes de llegar aun destino, a una cita, se preparaban mentalmente y al término
reflexionaban sobre lo que les acababa de suceder mientras observaban la calle
por sus ventanas y en silencio. En todas partes sucedió lo mismo fue el fin de
ellas.Tan solo la visitaba cada
cierto tiempo la Sra. Dolores
con sus trapos, sus cubos, sus detergentes y su fregona hasta que un día no
apareció más. En su lugar fueron apareciendo unas jóvenes de batas azules, que
cambian cada semana, y que cada lunes la asean pero no con el cariño que
la vieja Sra. Dolores le profesaba. Un día escuchó a unos jóvenes, mientras
esperaban a su enemigo eléctrico, que ella era muy buena para el corazón y que
la recomendaban incluso los médicos pero todo aquello se quedo en un
rumor.
Ellas han ocupado un lugar destacado en el recuerdo de nuestras vidas, de pequeños hemos jugado y utilizado de dos en dos sus
escalones, nos hemos deslizado en sus barandillas como en excitantes toboganes
, hemos buscado una boca furtiva para enamorarla, a través de su hueco
hablábamos con voz quebrada mientras mirábamos hacia arriba o hacia abajo, nos
hemos saludado y despedido mil veces.
Todo eso se acabó. Las hay pequeñas, estrechas, húmedas, de baldosas
rotas y bordes desgastados donde los pies que la pisan son pies
humildes y también las hay señoriales, grandes, de ricos materiales e inquilinos pero en todas ellas la vida las llenaba y su fin era el
mismo. En cierta manera son como la vida misma, un camino de subidas y bajadas pero el truco
esta en hacerlo uno mismo sea cual sea el resultado. Pero aun podía ser peor. El
hotel había decidido hacer reforma y ella sabía cual iba a ser. Una mañana unos señores con papeles y agendas en la mano gesticularon
y decidieron eliminarla para dar más espacio a uno de esos cacharros eléctricos de ultima generación y transformarla en una pequeña de servicio.
---- ¡Silencio, callad!
---- ¿Que sucede escalera?
---- ¿No oís, son voces en el bajo?
---- Es posible pero estarán
esperando al ascensor.
---- ¡Sí sí y también oigo pasos!
---- Serán las de la limpieza
hoy es Lunes..
---- No, no son ellas, son
clientes, ¡ Suben,suben !
---- ¡Todos a sus puestos, barandilla firme, moqueta tensa, luces al
máximo de potencia, esos
cuadros en formación de dos y vosotros
los del suelo, os quiero
más brillantes que las estrellas! Que
nunca sabremos a ciencia cierta el futuro. Hoy
se confía más en una máquina que una
persona pero nosotros somos, hasta el
el último peldaño, una
escalera y confiamos en las personas.
Fin.
Ramón Pérez Aguilar.
Relato premiado en el II Concurso de relatos cortos XECC 2012
Castelldefels. Barcelona
Relato publicado en el Diario Información.
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