sábado, 1 de febrero de 2014

CARITAS PINTADAS

                                                                           


Terrazas vacías donde pasa las tardes de otoño la soledad. Caritas pintadas de una sonrisa eterna  se insinúan a alguien ajeno y desconocido. Zorros viejos de colmillos desgastados de roer el fracaso a través de los años, al acecho están de una imposible presa fácil. Gallinas de una sola puesta ya, se disponen para hacerse un último lifting incluso en el cerebro. Masajistas del alma, esteticienes del espíritu, domadores del alma se apresuran en emplearse a fondo con inconformistas del yo. Rebeldes del ¿por qué?, inversores en espejos opacos y asesinos de la partida de nacimiento. Jugadores empedernidos en un juego imposible de ganar, cuna de envites perdidos y faroles apagados se miran, sin verse, al espejo mientras éste les dice que nunca jamás.


Asalariados en la nómina de Atapuerca, beben de la pócima de la vida a tragos cortos sin respirar como el que se toma un desagradable jarabe, creyendo que mejorará el mal sabor sin darse cuenta que la distancia no se mide por  la velocidad que lleves para alcanzar la meta, si no por camino que tomes para llegar. Mientras ellos consumen sus horas recortando el seto de su imagen para que luzca mejor que el del vecino o vecina, llegan tarde a la siguiente etapa por ver la reposición de su juventud en los escaparates de los grandes almacenes y se marchitan mientras  hacen largas colas a la puerta de la tienda de la silicona en espera de descubrir un nuevo lugar donde ponérsela.                                                   
Pasto de la ignorancia quieren parecerse a los que desean atraer, después de vanagloriarse de mil y un trofeo en cualquier bar oscuro agarrado a un vaso lleno de mentiras, enseñando un historial repleto de medallas y estrellas muertas o en cualquier peluquería de entreplanta  mientras lanza dardos de odio hacia las peluqueras o peluqueros y se muestran como piezas codiciadas por los jóvenes ávidos de dinero fresco.
Caen en el error de creer en el amor desinteresado a su tarjeta de crédito por los buitres de turno y caminan sin mirar a la acera de enfrente, justo donde en las demás terrazas de la vida disfrutan otros de las tardes otoño, la canosa sabiduría, la nutriente celulitis, la voluntariosa arruga y la mirada serena.
Justo allí donde aceptan insinuaciones libres de impuestos, donde se admiten piropos sin acoso sexual, allí donde el D.N.I. deja de convertirse en un problema, donde se gana respeto sin tener un euro, ni tarjeta de crédito en la red de méritos. En el lugar donde las medallas solo son de santos y las estrellas de blanco radiante sobre fondo azul y si hace frió me quedo en casa con zapatillas, batín y mando de la televisión, que no pasa nada si mi sala de trofeos solo posea un par de copas de dominó.          
Caritas pintadas del color de la sinceridad y de la sonrisa serena hacen morritos al destino sin importarles el espejo más de lo necesario.
En el circo de la vida, la sesión de tarde está a rebosar de leones enjaulados, elefantes de mirada asesina con paso de perdedor, agotados de caminar en busca de la salida inapropiada, de payasos que ríen con maquillaje de penumbra, de cejas de asombro, párpados espantados y labios abiertos que solo emiten lloros cuando les ridiculiza el payaso listo. La vida es calle de un único sentido, no hay segundas oportunidades, tan solo existen para el remordimiento. La insensatez da valor al incrédulo mientras no se encuentre con otro como él.

Ramón Pérez Aguilar

Publicado en el Diario Información.

Premiado en el Concurso " Reflejos de asfalto." 2007

                                                
                                    



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